miércoles, 6 de junio de 2012

Árbol de Niebla

Árbol de niebla
Chíchira, 2006
Foto de Triunfo Arciniegas

Árbol de niebla
Chíchira, Colombia, 18 de agosto de 2006
Foto de Triunfo Arciniegas


  
Triunfo Arciniegas
POR DONDE ASOMA LA LUNA

Durante cuatro años tuve la suerte de trabajar como profesor de talleres de literatura y teatro en las montañas que rodean la ciudad de Pamplona, en el nororiente colombiano, a un tiro de piedra de Venezuela. Sus nombres ya son el principio del encanto: Chíchira, Alcaparral, La Lejía, Ulagá, El Naranjo, Altogrande. Es tal el prodigio que Chíchira, en lengua indígena, significa “por donde sale la luna”.
El trabajo comenzó en 2006 y terminó para siempre en 2009. Con un programa que se inventaba y reinventaba sobre la marcha, ningún año se pareció a otro. A los juegos teatrales, los libros y la pintura, pronto incorporé de lleno la fotografía, que me interesa como exploración del alma y expresión de la felicidad. Siempre quise integrar a la experiencia pedagógica los asuntos felices de la vida cotidiana, privilegiando la felicidad por encima de la sabiduría, pues al fin y al cabo la sabiduría es la máxima felicidad. La cámara enciende una llama y atrae a la gente como la miel a los osos. ¿Quién no siente curiosidad por su propio rostro? La cámara es el agua de Narciso. Se dice que la cámara no miente cuando en realidad embellece, disfraza, parcializa. Pegamos a la hoja de vida la foto que más nos favorece, seguros de que a primera vista nuestros rasgos influirán más que la lista de los títulos, enviamos a una posible conquista amorosa las fotos que consideramos más seductoras y escondemos aquellas cuyos gestos nos hacen ver borrachos, soñolientos, feos. La gente se abraza para tomarse una fotografía aunque no haya precisamente una amistad de por medio. De hecho, la mayor parte de las veces la cámara es testigo del primer y único abrazo de los sujetos fotografiados. Los admiradores de un actor lo saben mejor que nadie. Pero ese único abrazo posee el afán de la eternidad. Puede alcanzarnos el deterioro del tiempo, puede visitarnos la desesperación, pero en esa foto somos bellos y jóvenes para siempre y abrazamos la dicha.
La foto es memoria y encierra miles de palabras. Abrimos el álbum familiar en la sala y empezamos a contar. La palabra se hace fiesta y las visitas, pocillo de café en mano, la pasan de maravilla. Nacimientos, bautizos, primeras comuniones, bodas y cumpleaños pasan página tras página, acompañados de anécdotas felices o vergonzosas, burlas sobre la moda de aquellos años, exclamaciones de asombro al saber que fulana de tal fue tan bonita. De pronto olvidamos la máscara, la pose, el artificio, y en una foto se nos escapa el alma. Alguien nos sorprende con una lágrima a punto de escapar, con los ojos al borde del abismo, visitando los cuartos de la vida cerrados para siempre. Y esa foto, colmada de secretas historias, está más allá de las palabras, donde Dios nos mira.
         La cámara afina el ojo. La foto es puro ojo. De nada sirve una cámara si no se tiene el ojo. Sigiloso y paciente, como el cocodrilo, espero que la gente se olvide de la cámara. Espío y espero. Si bien en algunas tomas los niños enfrentan a la cámara y se saben observados, en otras atrapo a hurtadillas el instante, la puerta entreabierta a otros mundos, el rastro que dejan los ángeles cuando nos visitan.
Sin bodas ni fiestas ni velorios, escogidas de un paquete gigantesco, las fotografías muestran privilegiados paisajes y ciertos momentos de la vida cotidiana de los niños de Chíchira, Alcaparral, El Naranjo y Altogrande. Este mundo existe aunque cabe la posibilidad de que lo haya inventado. Un presente que se anhela perpetuo. Entren en secreto a este territorio de sueños con pasos de ladrón, señores, y lleven cuanto puedan en la memoria, como polvo de alas de mariposa en los dedos, con la certeza de que allí habita la dicha.

Triunfo Arciniegas
Pamplona, 2012







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